La entrega sirve por partida doble tanto como inmensa despedida cinematográfica de James Gandolfini, jugando un rol en el que se le notaba bien cómodo, como para catapultar a Tom Hardy a la lista de actores con los que contar a la hora de hacer un buen thriller, viendo los últimos trabajos que ha encadenado en salas.
Si no fuese porque los trucos del guión que usa Dennis Lehane (sobre su propio relato corto) ya los hemos visto en otras de sus adaptaciones (y en la mecánica misma del género al que se adscribe la cinta) me atrevería a hablar de esta película como una de mis favoritas en lo que va de año, gracias, también, a la soberbia dirección de Michaël R. Roskam que con este largo presenta su segunda película en sus diez años de escasa carrera profesional.
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