Al terminar de leer el mail que acababa de redactar dibujó en su cabeza todos los escenarios posibles que ese texto ocasionaría en su vida.
Al leerlo, aquella broma cruel que el destino había preparado tomó forma real en su mundo, materializándose de forma certera y dinamitando todo en lo que hasta ahora creía, borrando de un plumazo toda esperanza de ser feliz, y bien lo sabía, en los próximos años.
Tomó aire y dudó un momento.
Se sintió como hacía décadas que no lo hacía, con el nerviosismo propio que sienten los adolescentes antes de cometer una estupidez.
Entonces pulsó atrás en el navegador, salió del mensaje y rechazó la opción de guardar el borrador.
Miró su bandeja de entrada.
No mostraba ningún correo pendiente por ser leído.
Y apagó el equipo.
Al acostarse experimentó la falsa tranquilidad que sienten los cobardes que no reúnen las fuerzas para dar el paso adelante y que permite aprender, sentir la adrenalina recorrer el cuerpo.
Mañana por la mañana todo esto no habría sido más que un momento perdido en el limbo de las palabras, mensajes y cartas jamás pronunciadas.
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