Vivo en un barrio burguesito cuna de modernez y gentrificado.
No he bajado a la cacerolada con mis compañeras de asamblea justo a las 22:00 y tampoco he ido a dos fiestas que se me habían solapado. He preferido quedarme comiéndome las noticias del rescate en casa. Y hacer que trabajo, que adelanto las cosas que tendría que haber entregado hace semanas.
Pero me es imposible concentrarme y a las 0:30 bajo a dar un paseo. Demasiados enlaces incendiarios en la red. Demasiada indignación entre mis conocidos y círculos de afinidad virtuales.
Cuando piso la calle recuerdo donde vivo. Sí, en un barrio burguesito cuna de modernez y gentrificado.
En la calle no sucede nada. Los cientos de bares de copas que han abierto en los últimos años y que saturan la noche de este céntrico barrio hacen que todo parezca absolutamente normal.
Vuelvo a sentirme marciano. Como hace año y unos días, en plena eclosión de las movilizaciones ciudadanas en la Puerta del Sol. Salía de aquel lugar y no pasaba absolutamente nada. Notabas personas inanes. Absoluta pobreza social. Necedad en extremos de irresponsabilidad alarmante.
En la calle la gente consume, calla y ríe.
Somos marcianos en Venus. Iluminados tocados con el apestoso estigma de la locura del idealismo.
Apenas importa, mañana toca otra cosa, procura no molestar, será lo mejor, dicen.
Para ti y para todas. Nos repiten.
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