Esta primera década del siglo XXI y el inicio de la siguiente están resultando muy retro y ochenteros en los planteamientos del cine de palomitas USA.
Si hace años la secuela barata no le importaba (ni molestaba a nadie) por qué iba a ser incómoda ahora. No se trata de falta de ideas -como se acusa desde el púlpito a la fábrica de sueños- se trata de hacer lo de siempre, no nos rasguemos las vestiduras por ello.
Agotada la posibilidad de hacer avanzar la trama por la edad de uno de los protagonistas recurrir a la precuela en forma de viaje temporal no solo no resulta nada grotesco sino que el artificio se muestra como un loop genial intachable dentro de la historia narrada.
La década es lo de menos -es gracioso como EEUU reescribe su historia desde el cine; ¿cuando los 60 fueron tan cool para un tipo negro?- aquí la broma es ver actuar a los personajes fuera de su registro al que nos han acostumbrado. Una lástima que el misterio no sea para tanto, que los lazos se resuman en algo tan poco aparatoso y que la resolución final se vea empañada por un mal juego de loop interno dentro de la propia acción que rompe la estabilidad de 'la linealidad y reglas físicas' del viaje temporal que plantea esta divertidísima tercera parte.
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