Para entender y poner en orden muchas de las ideas que me asaltan la cabeza estos días estoy repasando algunos de los materiales con los que me he formado en los pasados años.
Recuerdo estar en la facultad de Ciencias de la Información -soy licenciado en Periodismo- leyendo Historia del S XX de Hobsman -de 1914 a 1991-y en los capítulos dedicados a la falacia que conocemos como 'el fin de la Historia' el historiador se refería a los posibles conflictos que surgirían en el mundo tras la caída del bloque soviético con una frase parecida a "hay una niebla que no deja ver qué retos va a afrontar la sociedad ahora que ha desaparecido el equilibrio de la Guerra Fría" -perdonadme que no ubique ahora mismo la cita correcta-
El libro es de 1994, traducido al español en el 95; era el año 2001, justo en septiembre sucedió el 11S y un año después de leer el volumen estábamos comentando de nuevo esos pasajes.
Hubo mucho escrito en la prensa en aquellos meses sobre el nuevo futuro que se avecinaba, el concepto de Al-qaeda mismo y, sobre todo, la política imperialista que EEUU empezó a desarrollar en las zonas que ahora, 15 años después, se nos descubren como el perfecto polvorín de todas las malas ideas que un estratega militar ha podido colocar encima de una mesa de operaciones.
Muchos sociólogos y escritores que conocían los modelos de terrorismo internacional (lo de poner bombas en los aviones es algo ya de los años 70) insistían en que en pocos años (10, a lo sumo) células independientes podrían operar con toda tranquilidad en cualquier estado democrático (sin comillas) y atentar en un nuevo modelo (que yo llamo fast food) de terrorismo de baja intensidad -por el alcance mismo- pero efectivo para desestabilizar los países en los que se golpea.
No hubo que esperar mucho a estas hipótesis: Casablanca en 2003, Madrid en 2004, Londres en 2005, India en 2006 ... ponían en práctica estos vaticinios y dejaban el término 'baja intensidad' un poco colorado (en Madrid e India los atentados en trenes dejaron unas cifras de muertos salvajes)
Sin duda, ahora a mitad de década observamos un refinamiento mayor en estas prácticas y un efecto espectáculo más potente en estas campañas, engrandecido además por la semántica misma que usamos: ¿Un fanático es una persona EQUILIBRADA mental?
Un ultracatólico asesina a más de 70 personas en Suecia y es 'un desequilibrado mental' y no se califica de atentado de corte político; en cambio, los atentados de corte radical islámico son fácilmente etiquetables como lo que se vende y muestra de ellos: actos terroristas inmisericordes.
Me señala mi compañero Javier Yhon en una conversación sobre esto que, mientras en un caso podemos hablar de un individuo sin apoyo en los otros podemos aventurar diferentes grados de organización y apoyo exterior a los mismos agresores, punto que serviría para marcar esta diferencia. Pero ¿por qué, atrapados en este vertiginoso cruce de ataques y recortes a las libertades, insistimos en unos casos en las posiciones ideológicas/religiosas y se usa una semántica y marco en unos casos y no en otros?
La respuesta solo la puedo encontrar en los mismos medios de comunicación que dibujan nuestro día a día: en unos casos la aseveración 'está loco, no sabe lo que hace' exime a la misma OP de hacer más juicios o adentrarse en molestos territorios ideológicos... en cambio, en el segundo caso, la OP tiene que estar fuertemente posicionada de cara a la misma coyuntura internacional en la que nos encontramos inmersos.
El mismo Hobsman, en el capítulo final de Historia del Siglo XX habla de cómo el debilitarse las religiones tradicionales ha servido para el auge de una religiosidad sectaria militante en las sociedades urbanas...
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