Cada gato tiene una historia. Seguro que habéis conocido a muchos y vivido con otros tantos. Cuando se marchan de nuestras vidas su recuerdo es imborrable, mientras permanecen con nosotros su compañía nos hace sentir mejores personas. Esta es la historia de Orejas, a la que aún quedan muchos capítulos por vivir, pero que cuenta ya con algunas aventuras extraordinarias.
El reino de Orejas es pequeño, pero a ella por ahora parece importarle poco. Apenas recuerda nada antes de llegar a sus dominios. Vive con un humano. Su humano. Todos los gatos tienen uno, es una de sus misiones: adoptar a uno y cuidarlo. Los humanos son frágiles, descuidados y no ven más allá de lo que tienen delante de sus narices.
Su humano hace cosas raras. Suele llevar a otros humanos a su reino sin pedirle permiso e incluso algunos se quedan a pasar la noche. No entiende a los humanos aunque tampoco es que se esfuerce mucho por hacerlo.
Ha visto a su humano hacer cosas raras, pero tampoco tiene mucho con lo que comparar. Le ha visto dormir en el suelo, pasar horas en su habitación sin hacer nada o estar días seguidos tumbado en la cama. A Orejas no le gusta eso, es SU cama y salvo por el calor que le aporta su humano en invierno le gustaría tenerla para ella sola todo el año completo.
No entiende a su humano pero no le importa porque nunca le falta comida, y eso es esencial para que los gatos no se busquen a otras familias. También pueden simultanear familias o humanos, pero por ahora esto no entra en los planes de Orejas, le gusta la tranquilidad de su pequeño Reino.
Orejas tiene otros nombres pero no puede decirlos. Tiene el nombre que su humano le puso y que no le molesta mucho, ella está orgullosa de sus enormes y desproporcionadas orejas. Tiene otro nombre que por ahora no ha pronunciado nunca porque no ha coincidido con ningún otro gato. Es el nombre con el que los gatos se reconocen entre ellos, su nombre gatuno. Y luego tiene su nombre verdadero, ese que solo sabe ella, el que cada elemento vivo del universo posee (sí, tú también tienes uno), le da poder sobre su ser y jamás debe pronunciarse ante una criatura mágica. Si ya es problemático decirle tu nombre a una esencia mística, peor es dejarle conocer tu nombre verdadero. Ese nombre es para ella y jamás lo compartirá con nadie. Haced caso a Orejas, hacedlo. No compartáis vuestro nombre verdadero nunca, y menos a una criatura que pueda hacer maldades con él.
El reino de Orejas es pequeño pero está repleto de lugares mágicos. Todos los reinos gatunos son así. Hay puertas. A los gatos no les gustan las puertas (y mucho menos que estén cerradas) A los humanos nos da tranquilidad una puerta cerrada, pero no a un gato, que le pone alerta. Nunca sabes lo que vas a encontrarte detrás de una de ellas, y a los gatos no les gusta no saber. Puede que esté todo tal cual lo dejaron la última vez o puede que haya algo completamente nuevo, eso es excitante o frustrante, depende del gato, y eso es lo que hacen las puertas: llevarte a otros lugares.
Por eso a Orejas le importa poco el tamaño físico de su Reino. La última vez que lo exploró estaba todo en su sitio, no así la anterior, que cada puerta llevaba a un lugar nuevo y desconocido; y si bien a los gatos les gusta explorar, también les gusta saber que al final del día podrán regresar a la comodidad de su hogar, con su comida y agua asegurada. Este es uno de los secretos de los gatos y el motivo por el que a veces no les encontramos; sencillamente no están en su reino. Además, entre otras de las particularidades gatunas está el encontrarse en varios lugares a la vez. A los humanos nos cuesta entenderlo, pero es porque no vemos más allá de lo que nos pueden mostrar nuestros ojos. Si un día no encuentras a tu gato, no te preocupes, deja comida fresca en su cuenco y ya le verás pasear como si nada por sus dominios cuando le apetezca. No le preguntes donde ha estado, no tendrá el mínimo interés en contártelo.
Otro secreto de las puertas es que sirven para que entidades muy antiguas hagan de las suyas en el mundo de los humanos. A los seres de otras dimensiones, demonios, entidades primordiales o simples chispas de inteligencia mística les encanta venir a visitarnos y hacernos el día a día un poco más complicado.
A todas estas criaturas no les gustan las casas vacías. No tiene ningún sentido incordiar en una casa donde no haya humanos de los que reírse. Sus planes no suelen ser dominar otras dimensiones o esclavizar razas inferiores: eso lleva mucho trabajo. Apenas buscan pasar un buen rato a nuestra costa, pensad que la eternidad es muy larga y hay que matar el tiempo, y sin duda nuestra aparición en el universo fue para ellos una buena noticia: criaturas a las que fastidiar y hacer que se sientan fastidiadas.
Sus maldades no suelen pasar de escondernos los mecheros, las llaves de casa o hacer desaparecer papeles. Son pequeñeces. Pero a veces se les va de las manos, encuentran muy divertido quedarse en el reino que han encontrado atravesando alguna de las incontables puertas que conectan la existencia y entonces pueden complicarse las cosas. Un humano puede enfermar, empezar a sentirse incómodo con las personas que le rodean, sentir paranoias e imaginaciones peligrosas en su entorno. Casi siempre esto es a causa de motivos médicos (la ciencia está para explicar esto) pero no es así siempre. Hay momentos en los que una crisis no puede explicarse mediante la ciencia y la medicina. Y entonces lo mejor es que tengas un gato cerca. Los perros, muy a su pesar, no valen. Ven mucho más que nosotros, sí, pero no pueden hacer todas las cosas que los gatos sí tienen a su alcance.
Todas estas cosas los humanos las conocíamos hace tiempo, pero las hemos olvidado. Quedan pequeños vestigios de estos conocimientos, pero queremos pensar que es folcklore o cuentos para niños. A los humanos no nos gustan las cosas que no podemos entender o explicar. Por ejemplo, los egipcios conocían todas las ventajas de tener un gato. Y también conocían los secretos de las puertas. El cómo accedieron a este conocimiento es materia que ha quedado perdida en el lugar a donde van los recuerdos olvidados y es probable que nunca sepamos quien o quienes les trasladaron esta sabiduría. Por eso los egipcios colocaban tres puertas de entrada a cualquier lugar importante o estancia que debía estar limpia de malas presencias. Cuantas más puertas, más probabilidades de que un ser de otro lugar no encuentre el camino a la estancia que queremos proteger. Podrían haber puesto más puertas, pero eso les pareció ya un consumo de recursos excesivo; ya en la antigüedad pensaban en estas cosas, aunque no nos lo creamos.
Una mañana que Orejas estaba explorando su reino pudo ver como una de las muchas puertas abiertas daba a un pequeño rincón del universo que no tenía muy buena pinta. Se quedó un buen rato contemplando desde el umbral, decidiendo si sería interesante dar una vuelta por ese punto perdido entre dimensiones. Tenía muchas cosas que hacer ese día. Los gatos están siempre muy ocupados aunque a nosotros nos parezca que solo comen, cagan y duermen. Mientras curioseaba con interés pudo apreciar una rafaga de energía que cruzaba el horizonte. Tenía el tamaño suficiente como para llamar su atención, y tan brillante como para captar todo su interés. Nunca juegues con un gato con luces o flashes, puedes ponerle muy nervioso porque les encanta todo lo que tenga pinta de energía mística o primordial y para ellos es una invitación a la aventura, así que no les frustres.
“Voy a pasar”, dijo la energía mientras se acercaba a la puerta que custodiaba Orejas. Las entidades cósmicas son insoldables, pero no unas maleducadas. Hay siempre que conservar las formas, aunque sea a su manera.
“No deberías, este Reino está bajo mi custodia y hoy tengo muchas cosas que hacer, no deseo perder el tiempo contigo”, replicó Orejas tratando de no desvelar el interés que esta novedad le había suscitado.
El rayo de energía fue acercándose. Orejas apreció mejor su forma. No es algo que se pueda explicar con palabras y los gatos son parcos en ellas y ya había gastado unas cuantas en esa respuesta. Venía desde un rincón oscuro, que parecía abandonado al conocimiento desde hacía muchísimo tiempo. Hizo caso omiso a la advertencia de Orejas y entró rápido en la casa de su humano. Esto no le gustó nada.
- Te dije que no pasases - Replicó de mal humor. Ahora no estaba excitada por el descubrimiento, sino molesta porque no se tomase en serio su advertencia.
- Oh, pequeña gata de orejas grandes. Llevo mucho tiempo dando vueltas por este lugar al que me condujeron la última vez, que en verdad no recuerdo cuando fue, y ha sido toda una sorpresa verte mirándome con curiosidad. Pasemos un buen rato.
La pequeña entidad ya no parecía grande o pequeña. Se había colocado sobre el sillón favorito de Orejas y ocupaba toda la estancia y a la vez era casi imperceptible hasta para un gato. Desconfía de las chispas de energía mística que puedan hacer esto.
- Tengo hambre. Veo que en este Reino hay humanos. Me quedaré un tiempo, necesito recuperar fuerzas. Solo serán unos días. -
Orejas no dejaba de mirar al visitante y estaba calibrando el nivel de molestia que le estaba causando. Sin duda, tenía muchas cosas que hacer y no le apetecía pasar la mañana vigilando lo que esa entidad haría o dejaría de hacer.
- Sabes bien que no voy a romper nada. Solo estaré aquí un tiempo, el suficiente como para volver con fuerzas a mi pequeño rincón y dejarte en paz. Los gatos sois buenos compañeros y sin duda me divertirá poder charlar con alguien estos días – ahora ocupaba el lugar en el que el humano de Orejas deposita todos los montones de papel a los en ocasiones presta más atención que a ella.
El cerebro de los gatos es pequeño, del tamaño de una nuez o un poco más grande. Alguien que sepa de anatomía gatuna podrá daros más detalles. El caso es que aunque esto les haga ser un poco tontos a menudo, les da capacidad suficiente como para comprender cuando algo no está bien o, más sencillo, directamente no les gusta. Además, ella no era tan tonta. Sabe que las puertas tan pronto te llevan a un lugar como a otro, por eso hay que andarse con mucho cuidado al atraversarlas.
- No, vas a tener que marcharte. Además, tu puerta a lo mejor no te devuelve al lugar del que vienes y no creo que le divierta a otro gato que saltes de una casa a otra – El rabo de Orejas estaba erizado.
La presencia era en ese momento tan grande que ocupaba todo el Reino de Orejas. No hay nada que moleste más a un gato que le ocupen su lugar de residencia. Miró hacia la puerta por donde había cruzado y comprobó que el lugar que no tenía buena pinta seguía en su sitio. O hacía marchar a este incordio o tendría que aguantarle una temporada.
- Fuera – El rabo de Orejas se movía impaciente de un lado a otro, con pequeños latigazos que mostraban su impaciencia.
- Tendrás que expulsarme entonces – fue la respuesta que recibió a su solicitud y suficiente para terminar de enfadarla. Encorvó su lomo y creció. Pero no como los gatos suelen crecer cuando tienen miedo o están a punto de enfrentarse a otro animal. No. Creció de una manera que solo los gatos hacen cuando tienen que trabajar y cumplir su cometido. Orejas ocupó todo el espacio que su Reino permitía y mostró sus colmillos.
- Así será más divertido. Te daré una paliza, pasarás varios días tristes y luego me alimentaré de tu humano. Gracias – la entidad ahora tenía el mismo tamaño que Orejas y la miraba fijamente, esperando el momento en el que saltaría. No era la primera vez que se enfrentaba a un gato pero hacía mucho tiempo de la última, lo bastante como para estar un poco desentrenada. Las entidades no tienen género, pero a esta le gustaba ser 'ella'. Llevaba perdida en ese lugar con mala pinta desde que un gato le arañó los ojos e hizo que se perdiese en ese rincón donde apenas había puertas de entrada o de salida. Hoy era su día de suerte, con su poca visión había logrado encontrar una salida y en sus planes no estaba que un felino le devolviese al lugar de donde venía. Le podía la impaciencia, Orejas no saltaba, así que dio el primer paso y con toda su fuerza alargó uno de los muchos zarcillos que ahora le conferían un apariencia poco amistosa. Orejas esquivó el latigazo y se colocó sobre el lomo y mordió a la altura de lo que podría ser el cuello de la entidad (o algo parecido). No mordió como lo hace un gato cuando se pelea con otro gato. Mordió desde dentro de su ser, con todas sus fuerzas. Usando toda la potencia que pensar en su nombre verdadero le confería. Mordió una, dos y hasta tres veces, mientras escuchaba los alaridos de la presencia cósmica.
Varios zarcillos golpeaban en vano su propio lomo. No lograba alcanzar a Orejas, que ocupaba tanto como su Reino y a la vez era tan minúscula como una mota de polvo. La entidad se movía nerviosa, recibiendo mordiscos en todas sus partes, dolorosas punzadas de energía gatuna. Había olvidado lo molestas que eran y ahora se lamentaba de haber traspasado el umbral aún habiendo avisado antes. Miró hacia los lados y pudo ver otras puertas, pero Orejas estaba en ellas, pétrea y con mirada desafiante. Entendió que no podría atravesar cualquier otra puerta que no fuese por la que había entrado. Y esto puso de muy mal humor a esta entidad, que siguió pataleando y golpeando con sus zarcillos. Cada golpe era inútil, Orejas era joven y dispuesta a cumplir con el trabajo que le había tocado hoy; en cambio, ella era vieja, estaba cansada y tenía mucho hambre.
- ¡Oh, maldita sea. Déjame comer algo! - casi imploró la ráfaga de luz que ahora volvía a tener el tamaño de un pequeño punto y se movía de un lado a otro por la habitación sin escapar de la atenta mirada de la gata.
- No. Vete. - Sentenció Orejas antes de volver a clavarle sus colmillos y arañar con todas sus fuerzas a este ser primordial que debió de haber visto días mejores en la antigüedad. Mordió y arañó una y mil veces, durante tanto tiempo que al visitante le pareció una eternidad. Ya sabéis que no saben calcular bien el tiempo y pierden su noción con facilidad, pero que un gato te esté destrozando y haciendo jirones no ayuda a conservar la concentración. Ninguna otra puerta podía contemplarse como escapatoria, en todas ellas Orejas ocupaba el espacio y el tiempo haciendo que huir por ellas fuese inútil. Resignada, dirigió su vuelo hacia el único lugar que la gata le permitía. Mientras huía lanzó un pequeño pero largo alarido de protesta: “No pienso volver por aquí, eres muy desagradable”.
La puerta seguía conectando con ese lugar que no tenía buena pinta, así que Orejas se plantó delante de ella y esperó. Los gatos son buenos esperando, sobre todo cuando algo les ha fastidiado el día y no quieren llevarse más sorpresas. Se acurrucó, colocó sus patas delanteras y traseras debajo de su cuerpo y cerró los ojos, dejando uno entreabierto para asegurar la vigía durante el sueño. Si ese rayo de luz trataba de volver, ella estaría preparada.
Y entonces durmió un rato, el suficiente como para que al despertar (aunque no había dejado de vigilar en ningún momento) el lugar feo y con mala pinta ya no estuviese ahí. Todo parecía en orden, como lo había dejado la última vez que había dado una vuelta por sus dominios. Eso tranquilizó su corazón y animó a pensar que, por lo menos, durante el resto del día no recibiría más visitas o sorpresas.
Orejas ha vivido días muy importantes en su corta vida. Todos los días son importantes, algunos tienen grandes aventuras y otros solo son importantes porque hace lo que quiere y cuando quiere. No era la primera vez ni sería la última que se enfrenta a un ser de estas características, pero la batalla de hoy había sido agotadora. Se acercó a su cuenco, comió un poco de su pienso y maldijo el haberse comido toda la comida húmeda de una tacada esa misma mañana. Como estaba cansada se acurrucó en su rincón secreto favorito y decidió esperar a que su humano llegase a casa. No saldría de inmediato a saludarle, dejaría pasar un tiempo, para que este no se acostumbre a recibir tantos mimos de primeras, aunque hoy le apetecía bastante verle.
Cuando volváis a casa de un día de trabajo y veáis que vuestro gato tarda en salir a recibiros, o sigue hecho una pequeña bola de pelo dormilona, dejadles tiempo. Es probable que el día haya sido bastante intenso para ellos. Tal vez haya estado mirando a las musarañas durante horas u os haya salvado de ser invadidos por una presencia primordial más antigua que el universo. Así son los gatos, y por eso hay que quererlos.
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3 comentarios:
Me ha gustado muchisimo. Orejas, gata de combate merece una medalla.
Gracias Nelly; se lo diré a Orejas.
Samu-ehl, persona de otro planeta.
Por eso entiende el lenguaje de los gatos.
Muy bonito.
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