viernes, 14 de junio de 2019
IN memoriam. Papá. 1950-2003.
Mi padre falleció aproximadamente pasadas las 23 horas del 14 de junio de 2003. No hubo ruido o dolor.
Cada vez es más lejano el momento y hay ocasiones en las que me sorprendo viendo la fecha en el calendario tras caer de manera sorpresiva en la efeméride, como ya algo pasado, nunca aceptado, pero con lo que convivo.
Un gran amigo suyo escribió en la revista Transversales un texto dedicado a su persona y a mi madre, un recordatorio para los olvidados y olvidadas de la transiciñon en España; aquellas que hicieron la presión y lucha posible como para que luego viniese todo lo que conocemos.
Tengo 37 años; a esa edad mi padre veía cómo crecía yo con 7 años. Leo de nuevo este texto y me veo reflejado en los párrafos dedicados al desencanto político y en que como mi padre, (y por supuesto, mi madre) vivo como pienso y no al revés.
IN memoriam. Papá. 1950-2003.
(La foto está tomada en un embalse de los que hay en Madrid, mi padre es el del centro, con 16 años, llevaba dos en España tras volver toda la familia del exilio en Venezuela gracias al momento que permitió 'la apertura de la dictablanda'. 1966)
Rafa
Para Samuel, Jara y Carmela. Y para Marisa, que ya lo sabe porque ha vivido con él.
Rafael González Gómez-Cornejo, Rafa, murió en la madrugada del día 15 de junio. El óbito le sobrevino de modo inesperado, sin que nada en su estado de salud lo presagiara.
La historia de Rafa es la historia corriente de un ciudadano extraordinario; de un ciudadano preocupado por la política, que en tiempos de crisis antepone los asuntos comunes a los suyos personales, porque, al fin y al cabo, ese es el sentido primero y genuino de la política -la preocupación por los asuntos de la polis, por los asuntos públicos y colectivos-, aunque en los tiempos que corren ése sea el fin residual de la política, y el primero y casi único sea acercarse al poder público para incrementar el patrimonio privado.
Rafa nació en Madrid, en el seno de una familia modesta antes de que ésta emigrase temporalmente a Venezuela. Allí nacieron sus hermanas Ángeles y Dalia. Su padre, republicano convencido, había luchado en la guerra civil del lado de la República, de modo que la victoria de Franco no le reportó más que dificultades.
Estando en la universidad, Rafa se vió influido como otros jóvenes de entonces por los extraordinarios acontecimientos políticos -la revolución cubana y su proyección sobre América Latina, la revolución cultural china, la comuna de Berlín, el mayo francés, la primavera de Praga, el otoño caliente italiano, el triunfo de la Unidad Popular en Chile, la revolución de los claveles en Portugal y la lejana guerra del Vietnam, que fue la guerra que marcó a una generación- y por acontecimientos culturales -el pop, los Beatles, el cine, la liberación de la mujer, la píldora, las drogas, los hippies...- que conmovieron al mundo y que llegaban a España atemperados por la sordina de la censura franquista. El mundo estallaba, cambiaba, pero este país continuaba igual en manos del mismo dictador. Y Rafa, junto con otros, se propuso cambiarlo de la manera más rápida, dedicando mucha energía a combatir a la dictadura, lo cual le reportó sinsabores: fue detenido en una manifestación y pasó una temporada en la cárcel de Carabanchel y otra desterrado en Valdepeñas.
Dejó la carrera sin terminar, la pospuso para más tarde, para dedicarse a la lucha antifranquista y a trabajar luego para sacar a este país del siglo XIX, a donde lo habían conducido de manera cruenta Franco y la Iglesia, pero ese más tarde no llegó y aquella decisión de abandonar los estudios académicos fue para siempre.
Héroe anónimo del antifranquismo y peatón de las luchas de la transición, Rafa fue uno de los muchos que de manera generosa dieron forma a este país, dedicando mucho esfuerzo militante a un proyecto que acabó no siendo suyo y que luego han usurpado y reconducido muchos de los que estuvieron al resguardo en tercera fila, o en ninguna fila -¡Cuántos antifranquistas salieron a la luz cuando Franco estuvo muerto!- o que incluso se opusieron a cualquier reforma de la dictadura.
De aquella época recuerdo su estancia en los Comités Obreros de Vallecas y en el consejo de redacción de la revista Nuestra Clase, y su afición por la guitarra. Cantaba bastante bien, tocaba bien y componía. Le gustaban Serrat, Lluís Llach y Paco Ibañez, la música suramericana de los años sesenta y setenta y, desde luego, los Beatles.
Pasado el sarampión político de la transición y sobrevenido el desencanto con la socialdemocracia en el poder, Rafa, como otros héroes cansados pero no definitivamente vencidos, después de haber querido asaltar el cielo y cambiar el mundo, intentó vivir en la España posterior a la transición. Difícil reinserción en un sistema que no perdona la pobreza y la honradez y donde cada día es más difícil sobrevivir si se quiere conservar un espíritu crítico y una noción del ser humano basada en la dignidad y no en su capacidad para adaptarse al mercado.
Las últimas batallas las libró en su casa con -no contra- sus propios hijos. La adolescencia es la edad de las quimeras, en la que todo parece posible: hacer la revolución y cambiar el mundo o parecer una modelo y cambiar el propio cuerpo a base de dejarlo exangüe, hasta adaptarlo al canon de belleza de quienes han decidido de modo autoritario que las féminas de los países desarrollados deben asemejarse lo más posible a las depauperadas mujeres del tercer mundo.
La noche del sábado 14 de junio, una parte íntima y determinante de su cuerpo (o de su alma, vaya usted a saber) decidió seguir durmiendo y el domingo ya no despertó. Murió como su padre, también sin ruido, y como Marx, que se quedó dormido en un sillón después de comer. Y también como él, murió sin bienes, ni siquiera piso propio. Tenía 52 años. Ahora duerme tranquilo.
Pepe Roca.
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