miércoles, 27 de abril de 2011

Manual del perfecto terrorista - Mathias Enard

Mi maestro estaba arrebatado hasta tal punto que apenas hubo rematado la frase se abalanzó sobre su ron y vació el vaso. Era un idealista. Así se lo dije, y me reprendió en cuanto dejó el vaso sobre la mesa:

-¿Idealista? Lo dudo mucho, Virgilio. Veo que tu pensamiento colonizado todavía está verde. Los ideales no tienen nada que ver con todo esto. Si es verdad que ciertas prácticas de los antiguos griegos son de mi agrado, la de los ideales no es una de ellas. La lira tampoco, por cierto, ni la poesía épica entre otras actividades que demuestran la debilidad de la inteligencia. Así que si tu intención era injuriarme no podrías haberlo hecho mejor.

Los idealistas, los melenudos y los pacifistas, mi querido negrito, son la escoria de la humanidad. Nunca han resuelto nada, jamás han producido nada, y jamás han conseguido nada porque se consagran a los ideales, que son por definición lejanos. No tienen agallas. Realizar sus sueños pasaría por la acción, y ahí nunca llegan. Eso sí, te dicen qué habría que hacer esto o lo otro, que los hombres deberíamos ser hermanos, que las armas tendrían que desaparecer, la televisión ser cultural, los libros gratuitos, los pobres ricos y los ricos generosos. Y en el fondo, Virgilio, lo que quieren es insultarte a ti, que eres pobre y estás explotado. Piénsalo.

¿O acaso no te insultan al sostener esas propuestas que con su ineficacia perpetúan el orden establecido? Créeme, Virgilio, los idealistas son los mejores aliados del sistema. Más vale un enemigo idealista que uno armado con una granada. Nuestra causa, Virgilio, nuestra Idea, si así lo prefieres, es una granada. La cuestión es lanzarla con tino y cuando toca.

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