Los Cronocrímenes

Nacho Vigalondo es un tipo que me cae muy bien. No tengo el gusto de conocerle, pero todo lo que leo suyo o le escucho decir me hace pensar que es alguien con las ideas muy claras.

Decía una vez que de toda su promoción de Comunicación Audiovisual de la Universidad del Pais Vasco sólo él y algunos pocos compañeros eran los únicos que estaban en el mundillo del cine porque en vez de quejarse y cagarse en la carrera se dedicaron a aprovechar al máximo lo que les daban en ella. Bravo por esta frase, que denota un marcado carácter de autosuficiencia y vacileo.

Por ello, servidor trata de ponerse en su pellejo y no sabe qué habría hecho cuando, al rodar su primer largo y ganar un porrón de premios internacionales con él, las distribuidoras no se lo mueven por España y lo tienen parado un año entero.

Sólo por eso Los Cronocrímenes merece ser vista en sala grande. Es una película de un director que entra en el sistema pero desde fuera y que va de sobrado. Ya ha vendido los derechos al señor Cruise y promete más cine raro. ¡¡Bravo!!

Ahora bien, si no disfrutan con el cine de paradojas temporales, bucles y de historia mínima (aquí lo que vemos es la transformación de un pringadete en un hijoputa en apenas una hora) pues van a salir cabreados del cine.

No pide ninguna explicación final y tampoco quiere dártela, ya que el guión está tan medido que te pide que entres al trapo de decubrir el truco. Y no lo hay, ya que si aceptas el juego de los viajes en el tiempo, la misma premisa que motiva todos los actos es tan válida como el desenlace que permite al protagonista salir del atolladero.

Y decir más es tratar de joder una película que deja primero una sensación rara y luego, tras meditarla, invita a verla de nuevo. Las interpretaciones son correctas y el rodaje y acción satisfactorios con los mínimos recursos. Yo no le pido más a una película que no pretende ser en ningún momento la octava maravilla del mundo.